7/9/14

"Dadles vosotros mismos de comer» (lema episcopal)

Adolfo Zon Periera sx de paso por Madrid en la casa de los Misioneros Javerianos
La entrevista telefónica realizada por ABC al misionero javeriano Adolfo Zon Pereira, nombrado obispo de Alto Solimões en Brasil.
La última pregunta de la entrevista es la primera en ser transcrita. «¿Quién es Adolfo Zon?». «Soy un ciudadano, que he nacido en Seixalbo, una villa a la salida de Orense. Me he criado en mi pueblo, al que amo de todo corazón y donde me han enseñado muchas cosas para ser un hombre decente en la vida, como dicen por ahí. En cierto momento, Dios le llama para un lugar y va y continúa con la metodología de ese Dios que se abaja para ver la realidad e intenta, desde su pobreza y su sencillez, transformar lo que se pueda transformar. Eso es un poco quien soy yo».
Así resume su vida el nuevo obispo coadjutor de Alto Solimões, un misionero gallego al que el Papa acaba de encomendar la tarea de pastorear una de las diócesis más remotas de Brasil, donde vive desde hace veinte años. Por teléfono, charla desde aquel país durante cerca de veinte minutos con ABC en los que encadena carcajadas.
—¿Cómo recibió el nombramiento?
—Para mí fue una auténtica sorpresa. Tú fíjate: en agosto yo estaba de vacaciones en Orense. Pasé allí tres meses desde mayo. El día 9 llegué a Brasil, a mi antigua parroquia en Abaetetuba, donde trabajé veinte años. Cerré allí la fiesta de la patrona, que era Santa Rosa de Lima, y el lunes 11 me vine para Belém, la parroquia donde estaba hasta ahora. Dos días después me llegó un telefonema: «Soy el nuncio y el Papa te ha nombrado obispo de Alto Solimões». Quedé patitieso. Pedí que me dieran unos días para pensarlo. Llamé a mi superior general a Roma y me dijo que si no tenía nada, debía aceptar. Llamé al nuncio y al día siguiente recibí una carta de correo rápido para dar mi asentimiento. Me avisaron de que el miércoles día 27 saldría mi nombramiento en «L’Osservatore Romano» y que hasta entonces tendría que guardar secreto pontificio. Y fue así. Una sorpresa.
—¿Del todo inesperada?
—Hacía un año o así algún compañero ya me decía: «Mira que se te va a pedir una responsabilidad grande». Supongo que es cuando estaban corriendo las cartas de información, porque para llegar a un nombramiento hay un trabajo previo antes que tú ni te enteras. Un compañero de 95 años [ríe] me paró un día en la casa: «Tú darías un arzobispo fantástico para una diócesis con muchos ríos». Nos tomábamos el pelo. Para mí fue una sorpresa grande: eres misionero y el Papa te pide una responsabilidad. No puedes volverte atrás.
—Desde España llama la atención ver a un misionero convertirse en obispo, aunque existan otros casos.
—Y que te nombren para una diócesis tan alejada. Prácticamente estoy en la frontera entre Perú, Colombia y Brasil, en la ciudad de Tabatinga. Más lejos no me podía mandar el Papa Francisco. ¡Y con muchos desafíos!
—¿Qué características tiene la diócesis que le ha encomendado?
—Es una diócesis con siete municipios de 133.000 kilómetros cuadrados y una población de cerca de 200.000 personas. Cada municipio es una parroquia. La diócesis es cuatro veces Galicia. Luego tiene una villa que funciona como la parroquia de pueblos indígenas. Tengo comunidades indígenas, que es una realidad nueva con la que tendré que comenzar de cero. [Vuelve a reír]
—Tendrá un obispo por encima y usted será coadjutor. ¿En qué consiste?
—Allí está el obispo titular, pero le quedan solo dos años de ejercicio. Por eso me han nombrado obispo coadjutor. Se diferencia del obispo auxiliar en que cuando renuncia el titular, automáticamente asume la diócesis.
—Deduzco que eso vincula para siempre su vida a Brasil.
—¡Ah, claro! [Ríe] Uno es obispo para siempre. Y también para cuando presente la renuncia a los 75 años. El de ahora, con 73, está ya muy bajo de defensas porque es un hombre que se entregó plenamente a esa realidad. Espero que se quede conmigo y así juntos podremos llevar la barca adelante.
—Su designación entronca claramente con situar la «misión» y la «periferia» en el corazón de la Iglesia como insiste el Papa Francisco.
—Sí, y en los más pobres y alejados. Voy a una Iglesia estabilizada. Según el último censo, el 56 por ciento de la población es católica con comunidades vivas.
—¿En qué momento de su vida decidió que ser misionero era el lugar que quería ocupar en la Iglesia?
—Siempre fui monaguillo en la Catedral de Orense y después me fui al seminario: seis años en el menor y seis en el mayor. Por allí pasaban muchos misioneros. Se crió en mí esa inquietud y al final conocí a los Misioneros Javerianos —la congregación a la que hoy pertenezco— y a través de ellos pude realizar esta vocación. En mi primer destino me mandaron al Brasil. Y fíjate, una experiencia tan preciosa que ahora es culminada con esta responsabilidad que el Papa me encarga.
—¿Cómo han sido estas dos décadas?
—Muy variadas. Comencé trabajando en una parroquia sin iglesia central: eran 62 comunidades dispersas en la desembocadura del río Tocantins. Después me fui a estudiar Teología Pastoral a España y al volver estuve en una parroquia un año y medio y luego en una parroquia de la periferia durante nueve años. En el 2005 fui para Abaetetuba después de Tailandia. Ahí estuve colaborando con el obispo en cuestiones administrativas y en formación de gente para que se colocara al frente de las comunidades.
—¿Cómo se evangeliza en este tipo de situaciones dificultosas?
—Lo que nosotros conocemos por cura en España, prácticamente se dedica a las misas y a las confesiones y a la formación, lo que es propio de él. Aquí para todas las otras labores de evangelización contamos con la colaboración de los cristianos de a pie. Tenemos una Iglesia viva. Latinoamérica para mí fue una experiencia preciosa, enriquecedora, que me ayudó y ahora me va a ayudar.
—Sospecho que usted es uno de esos sacerdotes que «huelen a oveja».
—Exacto. Creo que el Papa está escogiendo gente muy relacionada con el pueblo. Yo, gracias a Dios, estuve siempre muy cerca de la gente. El Papa Francisco [ríe] creó que ahí acertó.
Adolfo Zon sx tocando la guitarra
—¿A qué huele la Iglesia en Brasil?
—Es una Iglesia muy cercana al pueblo, que está muy cerca de las problemáticas que vive, una Iglesia samaritana. Está siempre preocupándose de dar respuestas a la vida de la gente.
—¿Qué cara tiene Dios en la misión?
—La diócesis a la que voy es la cara de la Iglesia samaritana. El obispo que está allí, por las referencias que he tenido, está muy metido en la vida del pueblo. Inclusive, es capaz de colocar juntos a todos los alcaldes de los diferentes ayuntamientos para ir a Brasilia y traer proyectos sociales para el área.
—¿Qué ha supuesto para Latinoamérica la elección de un Papa nativo?
—Es la mayoría de edad de esta Iglesia. Y creo que ha ganado la Iglesia universal. Ha dado un nuevo estilo. Bergoglio procede de una Iglesia que lleva décadas dando una nueva imagen y ahora la comparte con el mundo entero. Da una imagen juvenil y un aire fresco como fue Juan XXIII en Europa.
—¿Ese nuevo estilo le pone a un misionero las cosas más fáciles?
—De alguna manera, para aquellos que hemos trabajado en cierta línea, sí.
—¿En estos veinte años en Brasil alguna vez pensó en tirar la toalla y regresar a su Sexalbo natal?
—No, gracias a Dios. La experiencia fue tan bonita que siempre rezaba para que mis superiores no me trasladaran. A mí me dan pena mis compañeros que están en España desde hace años esperando a que haya un cambio de otras personas para poder salir a misiones. Para mí la experiencia ha sido tan preciosa, tan preciosa que no sé si es una actitud egoísta [ríe], pero aquí me siento bien. Si me mandan hoy para España no sé ni cómo hacer. Estoy ya tan acostumbrado a este ambiente que me tirarían como pez fuera del agua.
—Pero sigue volviendo a Orense.
—Sí, cada tres o cuatro años cojo unos tres o cuatro meses de vacaciones. Fue llegar aquí y tener esta sorpresa.
—Por el acento con el que habla, ya parece más brasileño que orensano.
—Son veintiún años aquí. Me tenías que ver en mi pueblo mezclando el portugués y el gallego. Celebrando la misa la gente se lo pasaba bomba.
—¿Tiene ya lema para su episcopado?
—He escogido el mismo lema de mi ordenación sacerdotal: «Dadles vosotros mismos de comer».
—Muy ligado a su carisma.
—Y a lo social. Tenemos que organizarnos para saber resolver los desafíos que se nos vayan presentando.
—¿Hay algún santo o figura de la Iglesia que le atraiga especialmente?
—San Francisco Javier, patrono de los misioneros, no digamos. O Santa Teresina del Niño Jesús, también patrona de las misiones desde la oración. Un santo precioso es nuestro patrono en Orense, San Martín de Tours, el hombre que ha sabido compartir su capa con los otros, un buen samaritano.
—Orense está de moda: el año pasado el padre Rodríguez Carballo, de Lodoselo, fue nombrado para un destacado puesto en el Vaticano, y ahora usted. Y Carlos Osoro, nuevo arzobispo en Madrid, también comenzó su episcopado en la misma provincia.
—Entonces quiere decir [ríe] que la Iglesia de San Martín de Orense está de gracia. Orense está de moda gracias a Dios. Es mejor que lo esté por cosas bonitas que no por desgracias y cosas feas.
Antes de colgar el teléfono, cerca de la hora de comer cuando en Galicia ya es media tarde, dado que hay cinco horas de diferencia, Adolfo se despide: «Gracias por hacer más cercana esta experiencia del Brasil a nosa terra queridiña». Y entonces vuelve a reírse.

Entrevista realizada por Abraham Coco para ABC Galicia y recogida en: http://www.abc.es/local-galicia/20140907/abci-nuevo-estilo-francisco-pone-201409071116.html


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